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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Siempre me gustó más la improbabilidad que la imposibilidad.

Sigo sin comprender qué extraña razón me hizo seguir ahí todo el tiempo. Podría decirte que fue el creer que mi sueño imposible se haría realidad algún día, pero mentiría ya que siempre pensé todo lo contrario, tampoco los ánimos de la gente, la verdad que nunca pretendí escucharlos, en muchas ocasiones me quedé en silencio mirando al suelo mientras veía como todos los argumentos por los que seguir queriéndote desaparecían. Quizás sea entonces que tú no me echases de ahí, y el pensar que te importaba, pero no, eso tampoco lo creía y es por eso que no entiendo que a pesar de pensar de lo malo, lo peor, siempre siguieses siendo el primer pensamiento cada mañana al despertar y el último en esos momento por la noche abrazada a la almohada justo antes de soñar, otra vez, como casi siempre, contigo. Seguiste siendo eso en lo que pensaba al soplar mis velas de cumpleaños o una de esas pestañas que se acaban de caer, y eso que nunca he creído en las supersticiones pero  aun así tú eras en lo que pensaba siempre que tenía que pedir un deseo, y si te digo la verdad ni siquiera sé exactamente qué pedía, solo tú. Siempre seguiste clavado en la parte de atrás de mi corcho, donde nadie te ve, pero yo sí sé que estas ahí y con eso es más que suficiente. La verdad sigo sin comprender qué extraña razón me hizo seguir ahí todo el tiempo, podría mentirte diciendo que fue mi incansable paciencia la que me hizo seguir adelante pero a esperar fue algo a lo que me enseñaste tú. Entonces creo que fue el ser cabezota, yo la verdad nunca lo consideré una cualidad del todo mala, quizás si que fue eso, o quizás es que siempre te he querido demasiado. 


Porque siempre me gustó más la improbabilidad que la imposibilidad, como a todo el mundo supongo

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